martes, 22 de septiembre de 2009

25 de Septiembre,de 1992, moría en accidente de tráfico César Manrique

Sin pena ni gloria pasó el decimoquinto aniversario de la muerte de César Manrique. Más allá de la tradicional ofrenda floral ante su tumba y un comunicado público de Ben Magec, la sociedad canaria parece haber olvidado al artista conejero, por lo menos a su persona. Y sin embargo, la fama, el legado y el mensaje de César son hoy en mayor medida que nunca referentes universales de lo que quiera que Canarias sea, de lo bueno y de lo malo.

No vamos a negar lo controvertido de la creación de César. Algunas de sus actuaciones, en plena euforia del land art, son más que discutibles desde un punto de vista medioambiental. Funcionaron bien durante mucho tiempo como la mejor de las coartadas para un sector turístico pretendidamente respetuoso con el medio ambiente. No obstante, nada de eso parece importar demasiado ahora que el tiempo nos devuelve una imagen del hombre y el creador diáfana en medio de los vaivenes del siempre convulso día a día. No honramos hoy a un hombre puro y sin defectos. Más que el artista internacionalmente aclamado nos interesa traer acá al polemista, el animal político en el sentido más clásico, el que alzó la voz cuando el despropósito urbanístico empezó a devorar Lanzarote. Un hombre que, en mitad de aquella obscena cacería del dinero, empezó a hablar alto y claro de la necesidad de parar. No fue el primero pero sí fue el altavoz de muchos que ya recorrían nuestros pueblos e islas con idéntico mensaje. César, histriónico como era, daba eco, a voz en pecho, a lo que ya empezaba a ser un secreto a voces, que caminábamos hacia nuestra propia destrucción en esa orgía perpetua de empresarios y políticastros, que no podíamos dilapidar de esta manera tan irresponsable lo que habíamos recibido de nuestros abuelos y padres. Era lo que el biógrafo de Benedetti calificaría como “un aguafiestas”, empeñado en aguarle la fiesta a más de uno. Ese César sigue de muchas formas vivo hoy; principalmente, en el trabajo de la fundación que perpetúa su legado pero también en la creciente conciencia ecologista que recorre Canarias, en las muchedumbres que hoy y mañana marchan y marcharán contra la especulación y la destrucción del pedazo de tierra que nos tocó cuidar. Y es que César, de alguna manera, no se fue como nunca se va completamente lo que nos es tan necesario. Definitivamente, César es ya para siempre, como diría Alí Primera, parte de “aquellos, nuestros abuelos, los que hacen falta”. Y es por esto que estos quince años sin César son también quince años con lo mejor de él.


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